No firmar amores en contratos sin-fianza.

Me ataba a tus vaqueros en cada kilómetro menos, y dudaba en cada vuelta que me daba la cabeza. Te lamía las dudas en el cuello y los rincones de tu clavícula sabían a todavías. Puede que eso fuera lo peor de saborearte sin leerme tu prospecto. Sin saber tus efectos secundarios y tus antecedentes temporales. 

Pero nos gustaba ganarnos de madrugada y con las luces apagadas. Encontrarnos a oscuras con la boca y pensar que no había nadie mejor en ese momento que tú encontrándome, y yo dejándome buscar. Saber que no he sido la única que me estrellado en tus curvas, pero jurarte que sólo yo sé matarme por (re)correrte sin límite de velocidad.

Que rozarse es preguntarse a dónde íbamos tan deprisa, queriendo dejarnos sin aliento en dos días para poder coger aire en siete.

Contradecirse era suspirarte al oído sólo una mínima parte de las ganas que me pierden.

Como echar un polvo y brillar más que antes. Abrazarse para no desgastarse. O apagarse por la distancia y encenderse con el tiempo. 

Muchas formas complicadas de buscar una explicación y sólo una palabra para intentarlo.

Sinfianza

Confianza.