Como en ese bar de copas donde sonaba tu voz entre madera desgastada por los años.
Madera granate en las paredes, olor a café y de noche algún tequila.
Corazón de madera no, pero sí granate. Corazón de hombre sabio y triste, con voz azul donde las haya, con esa sonrisa tras el micrófono con el que encendías cada noche y cantabas alguna canción de Serrat.
Hombre enamorado de una mujer y padre enamorado de su niña, con golpes de la vida a cuestas, pero siempre feliz.
Conocido en cada calle y querido en cada copa que servía. Afable y cortés en cada trato despreocupado. De huesos frágiles a pesar de su fuerza de corazón, y con la cabeza siempre llena de pájaros y de sueños por cumplir.
Que mañana es sólo un adverbio de tiempo, y que mañana estaré contigo a pesar de todas las ojeras peleonas.
Que tu perfume lo gastó tu lado de la almohada, porque tu amor quería besarte cada noche desde que te fuiste.
Hombre de ojos verdes con veinticinco rosas un dieciocho de enero y cinco vidas en su corazón. Cinco vidas, como el cinco de febrero.
Barba y pelo blanco, camisa descamisada y canción que pudo y no fue.
Que como decía Serrat, por fría que fuese mi noche triste, no eché al fuego ni uno solo de los besos que me diste. Que por ti brilló mi sol un día, y cuando pienso en ti brilla de nuevo, sin que lo empañe la melancolía de los fugaces amores eternos.
Firmado golpe a golpe, verso a verso : El otro amor de tu vida, tu pequeña, que se hace mayor.