28 de junio de 2012

Hasta Septiembre, Madrid.


Junio nos trae un billete de ida y ningún tren de vuelta.
Han vuelto a pasar nueve meses en un pestañeo.
A veces hablábamos del mundo, de ese tipo de personas que hacen que tu vida sea cada vez más grande.
Esas personas que te enseñan sueños y te abrazan de verdad. Personas que transmiten con los ojos y hacen el amor al compás de una banda sonora de cine.
Personas que deberían dejar de hablar sólo para recibir un beso de gratitud.
Otras veces me limitaba a mirarle mientras vivíamos el principio de un amor improvisado. A veces, íbamos por la autopista en silencio, con una canción y un retrovisor que dejaba Madrid atrás.
A menudo la casa se llenaba de amigos.
La vida siempre quedaba grabada detrás de nuestras retinas. Pasaban las horas y los días, entre cuatro bancos de facultad y alguna escapada.
La vida se quedaba vacía sin esas personas.
Veinticinco de junio, tan lejos en el calendario y tan cerca esa mañana.
Recuerdos que pasaban por la vía y dejaban alguna lágrima de satisfacción. Tal vez una prueba más de que el tiempo pasa demasiado rápido cuando no queremos.
Pero quién diría que este libro ya va por la mitad, que sólo quedan dos años y un suspiro. Mientras tanto...





10 de junio de 2012

Inviernos de camas distintas. Junios de besos cercanos.

Entre restos de vicios consumidos y de amores baratos, el mundo parecía venirse encima. 
Cuestionarse la existencia de personas perfectas que completaran tu vida imperfecta era algo normal.
Colgarte de un cualquiera en las ciudades pequeñas, fue el primer error. 
Sin embargo, empezar junio con la primera casualidad de la historia y dejar de lado a los héroes de barrio, fue la primera de las soluciones. 
A pesar de que me limitaba a observar sus gestos y a sonreír, no sabía cuánto le agradecía que esa noche estuviera conmigo.
Hubo quién me rompió el corazón en cada compás desenfrenado de caderas. Hubo quien lo intentó, pero nunca conseguían conocerme. 
Fue después de una sacudida con ganas en mitad de una noche de junio cuando me di cuenta de lo cerca que estaba. 
Alguien volvió a darle sentido a la complicidad que pocas veces se siente, pero muchas veces se intenta.
Solía sentarse en la ventana y fumarse un cigarro mientras me preguntaba si eso era lo que parecía o si de verdad era la persona perfecta que mi vida imperfecta necesitaba en ese preciso momento.
El peta de después y las risas en la cama me ponían en lo cierto.
Llevaba años sin rozar una piel con tanta confianza como la que había en esa habitación. 
Llevaba meses sin sentir una voz tan cerca, sin clavarme dentro del negro de unas pupilas buscando la respuesta a ese miedo incontenible.
Podéis llamarlo casualidad, complicidad o acierto. 
Deje de mendigar besos inútiles y dejé de recorrerme Madrid por un par de sábanas descolocadas que no valían ni la mitad que él.
Hablábamos de un hombro, de un amigo a tiempo que llama a la puerta el domingo más triste del mes, o de ese tipo de cosas que salían por su boca y que se clavaban dentro sin posibilidad de retroceso.
Eran palabras. Alguna caricia también. Era el abrazo que me daba después de romper los muelles de mi cama.
No tenía la sonrisa más bonita, pero cada motivo que me daba por estar ese instante mirándome, era suficiente. 

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