16 de abril de 2012

No sé si me buscas, o soy yo la que intenta encontrarte.


Una vez conociste al amor. Lo consumiste tan fuerte, que no volviste a saber de él.
Han pasado ya dieciséis meses, han pasado ya no sé cuántos intentos desde que decidiste comerte el mundo. 
A veces te preguntarás por qué el amor no te da una segunda oportunidad, y sin embargo, te sigue llenando la copa de razones inútiles.
A veces te preguntarás por qué el amor no hace una locura por ti, después de las mil y una locuras que has hecho tu por él. 
Por las noches, pensarás si alguien te ha escrito una carta y nunca te la ha enviado. Entonces te acordarás de todas las cartas que has escrito. Las que regalaste y las que nunca llegaste a enviar. Las que emocionaron, y las que se perdieron un día de febrero sin sentido.
Ha pasado mucho tiempo desde que mi cabeza no se apoya en un hombro de verdad. 
Han pasado muchos domingos sin besos de esa boca que querías. Han pasado inviernos diferentes pero con amaneceres parecidos. 
Cumpliste dieciocho, seduciste a la ciudad de un trago entre botellas de champagne y vagones de metro.
La verdad que se puede decir, que ese año te comiste el mundo.
Creciste un poco más y conociste cientos de vidas desde cero.
Algunas siguen ahí contigo, en la habitación de al lado o a cuatro paradas de autobús.
Cumpliste diecinueve y el verano te descolocó los planes.
Y ahora, a dos meses de acabar otra página más en la historia de tu vida, le sigues dando vueltas al tejado que no te conviene y al futuro que nunca suele ser claro.
Bocas que te besan y se limitan a rozarte la piel. Tu cabeza, que sólo piensa en la única boca que te roza el endocardio.
En ese tejado a kilómetros de esta habitación. En ese cruce de ojos que cada vez parece más difícil.
Domingos en los que te encantaría apoyar la cabeza en su hombro y que te abrazara. Días en los que irías de copiloto hasta dejar atrás el tiempo, sin que la vida nos encuentre.
A veces echarás de menos el amor de los domingos. 
A veces me sobra mundo y me faltas tú.

9 de abril de 2012

he tropezado tanto y nadie me enseñó a vivir.

Se oye la puerta de un coche. Empieza a amanecer cuando ella saca las llaves del bolso.
Varios intentos antes de meter la llave en la cerradura, enfoca la mirada con aire trasnochado de muchas copas de más.
Cierra la puerta y sube los siete escalones hasta su habitación. Sigue buscando los mismos ojos en las mismas esquinas, pero cada vez parecen más lejos.
Se mete en la cama y piensa en él. El rímel sobrevalorado en las sábanas que él nunca ha tocado y la última historia en el último piso.
Se sabe el calendario de memoria, aquí, y al final de la vía cada vez que ella cierra la maleta.
Se sabe el sonido del coche, el día que decidió no volverse cuerda y la última vez que juró olvidarle.
Piensa en él y se duerme. Lunes, martes, miércoles y ella le busca.
Jueves y la misma calle de siempre. Los termómetros no están de nuestra parte pero ellas están cerrando los bares. Perdiendo los papeles detrás del humo de tu tubo de escape y esa mirada que nadie consigue explicar. Esa copa cargada de más sólo por si apareces y esos problemas de menos sólo pensando en si te vas.
Viernes y quedamos tres.
La sonrisa es de ella, el motivo eres tú y ese salón lleno de humo
Sábado, otro café, ellas valientes y sinceras. Hechos que demuestran que son seis y que se quieren, que llevan horas hablando de lo mismo y que las historias nunca tienen final.
Que sigo escribiendo sobre lo mismo y no quiero. Que otras siguen con sus amores de siempre y alguna con algún lío de más. 
Noche de sábado, cinco pares de tacones. Habíamos bebido en los sitios de siempre, habíamos hablado de besos a traición y de corazones intactos. 
Esa iba a ser nuestra noche, hasta que eché a perder mi orgullo con dos lágrimas de más. Ella hizo lo que pudo y no hubo respuesta. Ellas siempre estuvieron ahí, en el cuento que nunca acaba donde aún quedan páginas por estropear.
La maleta vuelve a estar en su habitación. 
No se quiere ir, no ahora. No así.

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