28 de marzo de 2012

EME.




Entre el humo de un peta mal hecho se oía su risa en el sofá azul.
Su pelo menos rubio que hace un año, pero sus ojos igual o más verdes que de costumbre.
Acompañados de su risa floja o no, daba después una calada al cigarro que le consumía las noches entre nuevos amores y viejos descosidos.
Esa persona que estaba planeada encontrar a los diecisiete, esa mañana de septiembre, esa vida que se juntaría con tu vida y formarían la historia de un asalto al mundo empezando por la puerta de una vieja facultad.
A veces me pregunto qué la trajo por aquí.
A veces pienso cómo ha llegado a una ciudad tan llena de tráfico y tan vacía de mar.
A veces me lo pregunto y otras veces sólo la miro y me doy cuenta que conocerla estaba escrito. Que yo sin ella, no soy ni la mitad de esta ciudad.
Hemos hecho mil y una locuras, nos hemos perdido en el metro después de un café en cualquier lugar, hemos hecho noche en un coche y guardia en la puerta de un bar.
Tribunal, Retiro, Diego de León. Tardes de Legazpi y Peñagrande, de no moverse de la cama hasta encontrar cuatro razones y un plan.
Auriculares y pecados compartidos, eneros que fueron fríos pero ella fue capaz de superar.
Amores, amigos que pasan, te calan hondo y se van.
Otros se quedan, algunos se pierden pero ese avión es el único que consigue salvarte.
Hemos sobrevivido a la resaca de miércoles a lunes, sin parada para coger aire.
Nos hemos escapado a Londres, para que su amor imposible cantara llévame al baile y le rompiera los esquemas ese Junio que sólo era el principio.
Hemos sobrevivido a taxistas suicidas, a canciones sin terminar de componer y a botellas de vodka barato.
Hemos aguantado lluvia, sol y aeropuertos de noche. Superhermanas que no son, si una no está.
La que hace ruido al fumar, la que se pierde entre seis cuerdas de guitarra pero a la tercera copa cambia de canción y sube el volumen.
La que va por el extrarradio de Madrid para volverse verde un rato, se pone las gafas de sol y se pierde en la canción que está sonando en su cabeza.
La que duerme un lunes, vive el martes y pierde la locura los miércoles entre gorras y escenarios.
Con ella he pasado sábados que estaban hechos para hacer el amor, he pasado atracones de madrugada y cuentos sin acabar de noches, besos robados y rincones que estaban por descubrir. Calles cómplices de cuatro risas, cómplices de dos silencios que ya no son incómodos, de dos amigas que son, y serán siempre.

Desde el día uno de la historia número cero del zulo, hasta marzo y su historia número cien.
Porque al conocerla, no creí que llegaríamos a pensar tanto y tan igual, pero seguimos aquí a pie del cañón, preparadas para la siguiente parada.
Porque ella tiene más de medio corazón en Coruña, y hasta un poco en París. Pero un trocito, lo tendrá aquí siempre.
De Coruña a Valdepeñas, de Ríos rosas a Bilbao, de Barajas a Londres. 
De Madrid a la luna.

Los primeros recuerdos que tengo aquí son con ella. Los últimos también.
La chica de ayer, más bonita que ninguna, cumple 20 primaveras. Dos conmigo, Tres mil millones las que nos quedan.
Felicidades.
Te quiero.




5 de marzo de 2012

LA VIDA DEL ZULO.

Metieron la llave en la cerradura.
Era de noche, y volvían de perderse entre las calles y las tiendas a medio cerrar.
Volvían a esas cuatro paredes de humo y risas, de sábanas por descolocar, de resacas que despertar y de historias para no dormir.
En realidad esos cuarenta metros cuadrados habían sido testigo de cada secreto y cada carcajada. De los cubatas derramados, de las canciones escondidas en un sofá-cama, de ese invierno triste  y de las deudas con su boca.
De colchones en el salón y una calada honda, de amigos que vienen, se dejan y se van.
Testigo de besos robados, de tardes de invierno y chocolate caliente, de copas sin hielo y comida rápida.
Entre la primavera improvisada y el intento de cordura llegaron esas mañanas que se escapan en la parte de atrás de la cafetería. 
Una duda en el fondo de la maleta, una habitación vacía y mi otra mitad en el otro lado del mundo.
Metieron la llave en la cerradura y subieron las escaleras. 
Volvimos a esos cuarenta metros cuadrados.  Esos rincones que poco guardan pero mucho esconden.
A nuestro rincón,
nuestro rincón favorito de Madrid.



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